¿Recuerdas la historia del rey Midas? Por si acaso te la resumo. Aunque no era un mal rey, Midas era extraordinariamente avaricioso. Después de hacerle un favor al Dios Apolo este le concedió lo que desease, y al hombre no se le ocurrió más que pedir el don de que todo aquello que tocará se convirtiese al instante en oro. Imagínate el panorama, al poco Midas estaba convirtiendo en oro las puertas de su casa, sus propios vestidos, los alimentos que iba a comer…vamos que el pobre Midas estaba desesperado y salió espantado en busca de la ayuda de Apolo, quien por suerte le dio la solución, que sencillamente consistió en bañarse en las aguas del rio Pactolo.
Al final esta historia es solo una excusa para expresar que muchas veces no reflexionamos el suficiente tiempo sobre lo que realmente deseamos y lo que nos haría más felices. En el cuento Midas creyó que sería la riqueza, pero luego se volvió en su contra y lo que había pedido fue su perdición. Cuantas personas han deseado fanáticamente ascensos, subidas de sueldo o premios que luego no han llenado sus vidas. Lógicamente ganar más dinero a todos nos gusta, pero también está comprobado que las recompensas tangibles solo nos motivan durante un tiempo limitado para luego desvanecerse.
En cambio tener metas vitales, la ausencia de temores, disfrutar de una equilibrada autoestima, sentirse apoyado por compañeros y familiares…resultan ser factores que realmente nos motivan, nos impulsan y hacen que nos levantemos con ilusión. Además son mucho más asequibles que hacer un favor a un Dios.